Durante la adolescencia o los primeros años de la juventud suele presentarse la distrofia muscular facio-escapulo-humeral que afecta los músculos del rostro, los hombros y brazos con una debilidad progresiva. Aunque normalmente esta problemática no afecta la expectativa de vida, algunas personas pueden quedar gravemente discapacitadas debido a la aparición intermitente de brotes donde se presenta un deterioro muscular bastante rápido.
Entre los síntomas más comunes se presentan: el desgaste de los músculos de la boca y los ojos (esto provoca lo que se conoce como “apariencia de puchero” con características faciales aplanadas similares a la de una máscara); también se debilitan los músculos de los bíceps y tríceps, pudiendo perderse funciones como la audición y el lenguaje, y se evidencia un encorvamiento anormal de la columna hacia delante.
Otro tipo de distrofia muscular es la del anillo óseo, que también se presenta en la juventud y debilita simétricamente los músculos voluntarios de los hombros y las caderas. Su evolución es variable e influye fundamentalmente en la capacidad para caminar ya que sus primeras afecciones inciden sobre los músculos de las caderas, hombros, piernas y cuello. Son comunes las contracturas raras en los codos, rodillas y espalda; evidenciándose además un daño severo en los reflejos proximales y manifestando complicaciones respiratorias y cardiomiopatía.
En la edad adulta se manifiesta esencialmente la distrofia muscular diastal que afecta los músculos distales de los antebrazos, manos, piernas y pies. Ésta es una de las distrofias menos agresivas aunque puede propagarse también a otros músculos. Afecta los movimientos manuales finos, así como los músculos de las piernas y las funciones que éstos realizan.
En este periodo etáreo también puede desarrollarse la distrofia muscular miotónica. En este caso se trata de una incapacidad para relajar los músculos luego de una contracción súbita. Afecta al sistema nervioso central, al sistema cardiaco, las glándulas suprarrenales, tiroides, los ojos y el tracto gastroinstestinal, debilitando los músculos de la cara y los brazos y ocasionando pérdida de peso, impotencia, deterioro mental leve, así como un aumento de la sudoración y del período de sueño.
Por último, la distrofia muscular oculofaríngea es otra de las afectaciones que atacan a las personas adultas. Ésta comienza por la caída de los párpados, seguido de debilidad en los músculos faciales y faríngeos, lo que ocasiona dificultades para tragar, cambios en la voz, problemas de visión, atrofia de los músculos de las extremidades con afectaciones para caminar, arrodillarse o mover los brazos.
Así, la aparición de distrofias musculares durante la edad adulta suelen ser altamente discapacitantes, a veces incluso más que las que se desarrollan en la infancia.
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