Tartamudez, también conocida como disfemia, alteración del lenguaje caracterizada por dubitaciones involuntarias y repeticiones rápidas de elementos del lenguaje. En los casos graves se añaden contorsiones faciales y expulsión de saliva, es decir, espiraciones violentas de aire tras una interrupción. La tartamudez aparece en un 1% de la población, y es más frecuente en varones, gemelos y zurdos. Las dubitaciones y repeticiones en el lenguaje son normales entre los 2 y 4 años, cuando se está desarrollando el habla. A los 6 años han desaparecido, y sólo se producen de forma ocasional en situaciones de stress. Esta tartamudez temporal de la infancia parece deberse al desarrollo mental del niño, más precoz que su desarrollo muscular fonatorio para articular y pronunciar ideas. Pasado este periodo se puede reconocer a los tartamudos porque su capacidad de pronunciar se deteriora de forma progresiva. Hay autores que le adscriben una causa psicológica, y otros una causa orgánica, pero su etiología se desconoce. Lo que sí es cierto es que, una vez desarrollado el problema, crea problemas psicológicos, especialmente ansiedad, que agravan la situación. Por ello el tratamiento de los tartamudos adultos debe incluir psicoterapia. La intervención logopédica es efectiva en la mayoría de los casos, pero las recidivas son frecuentes y los ejercicios deben continuarse de forma indefinida. Algunos dispositivos electrónicos se han mostrado útiles: así, un metrónomo en miniatura situado detrás del pabellón auditivo del tartamudo puede ayudarle a mantener un ritmo adecuado del lenguaje; otros dispositivos electrónicos evitan que el tartamudo oiga su propia voz, pues esta retroalimentación tiende a incrementar la tartamudez.